Jesucristo declara que Él es la luz de la vida. Como la luz física nos sirve para ver, andar, y disfrutar de la belleza de la naturaleza, así también Cristo es la luz de la vida para que conozcamos a Dios, y disfrutemos de Él. Durante su tiempo en la tierra Jesús explicó a sus discípulos que, después de su resurrección, iba a establecer su iglesia como lumbrera para el mundo durante su ausencia (Mateo 16:18).
La iglesia no es un invento humano sino creación de Dios. Cristo la empezó por medio de su muerte y resurrección, y sigue edificándola hasta hoy en día. Las Escrituras la describen como “la casa de Dios, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Cada iglesia auténtica tiene a Cristo por cabeza (Efesios 4:15, 5:23) y promueve la verdad por medio de seguir Las Escrituras.
Existe una variedad de “iglesias” en el mundo. Por dejarse deslizar de la autoridad bíblica, muchas ya no proveen la edificación y el compañerismo que Dios diseñó para los que quieren obedecer a la verdad. Una iglesia bíblica se compone de creyentes quienes se han sumergido en agua como señal de su arrepentimiento del pecado y de su fe en Jesús (p. ej., Mateo 28:19, Hechos 2:41, 8:37-38).
La iglesia se enfoca en las cosas fundamentales de la vida al seguir a Cristo por medio de Las Escrituras. Tanto como la luz es fundamental a la vida diaria, así también Cristo es fundamental a la vida más abundante. Él proclamó que “el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Por naturaleza no queremos andar en la luz de Cristo. Cristo explicó, “y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19). Por arrepentirnos de nuestros pecados y creer en Cristo, ¡podemos andar en la luz!